La Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación vuelve el 1º de septiembre, con el tema: Esperar y actuar con la creación. La invitación es a una esperanza activa. ¿Quién puede negar que es una virtud tan necesaria en la situación actual de la creación, que nos incluye a los seres humanos?
Un llamado sincero, si dejamos pasar ante nuestros ojos las imágenes de los muchos lugares donde la creación gime y sufre hoy: la lista es larga y la conocemos, al menos en parte.
Escribo estas líneas mientras me encuentro en Papúa, donde he visitado a mis hermanos, junto con Indonesia y Timor Oriental. Incluso en este rincón del mundo donde la creación es bella, su gemido es fuerte. Es el de los bosques que desaparecen deprisa, demasiado deprisa, para desenterrar a la madre tierra y extraer los minerales de los que ella es generosa y nosotros codiciamos. Es el gemido de los pueblos autóctonos que ven alterado el equilibrio de la selva, las montañas y los pantanos, los cursos de los ríos por donde saben moverse y pueden vivir, seminómadas como son. En resumen, me encuentro en una de las muchas Amazonas del mundo, demasiado a menudo olvidadas u ocultas.
Estas heridas de la creación, con su obstinada esperanza, podemos tocarlas este año al recordar el 800 aniversario de los estigmas que marcaron el cuerpo y el espíritu de san Francisco. La corporeidad herida del Poverello forma parte de ese gemido y sufrimiento de la creación del que habla San Pablo en Romanos 8,22.
Podemos decir que en su misma carne Francisco se sentía unido a todas las criaturas, con particular intensidad a los pobres, los abandonados, los enfermos, los descartados, los últimos (cf. Fratelli Tutti, n. 2). El Hermano Francisco descubrió la creación como una realidad viva, en la que cada criatura sigue siendo ella misma, con sus propias características únicas. Desde la Madre Tierra, pasando por el Hermano Sol, la Hermana Luna y las estrellas y todas las demás, hasta la más humilde, el agua, son un signo del Creador, que verdaderamente «nos sostiene y gobierna», y es «bella y radiante», «clara, preciosa y hermosa».
Este movimiento tocó la carne de Francisco, que descubrió frágil tras la experiencia de la guerra y el encarcelamiento. Entonces, las primeras criaturas por las que se dejó tocar fueron… ¡los leprosos! Parecerían parte de una creación que salió mal, equivocadamente. Pero no. Las criaturas no son algo romántico y perfecto, sino lo que existe, en su realidad. Tocar las heridas de los leprosos y cuidar de ellos abrió para el Pobre un nuevo contacto con la realidad, que es una relación recíproca de todas las criaturas, y con Cristo, que de la creación es el Primogénito.
Por eso podemos esperar y actuar con la creación: nadie se salva solo. La oración es impotente ante lo que hiere a la creación, pero abre la puerta a la esperanza y sostiene la acción.